El otro día estuve intentando recordar los momentos más románticos vividos con mi marido, pero no me venía ninguno a la cabeza. Le pregunté a él si recordaba algún momento, del tipo comedia romántica, vivido conmigo (evidentemente), pero después de soltar una carcajada, tampoco se le ocurrió nada. Y es que, para algunas personas como yo, un «momento romántico», podría haber sido una petición de matrimonio delante de la torre Eiffel, una declaración de amor a modo de pancarta colgada del puente de la SE30, por el que pasaba todas las mañanas al ir a trabajar o cualquiera de las hazañas vividas por Jamie Fraser para salvar a su amada Claire en la serie Outlander. Aquí hago un inciso, sobre todo para las señoras, si no habéis visto esta serie, os la recomiendo encarecidamente .
Un ejemplo de nuestro no romanticismo fue como decidimos casarnos. Él nunca me preguntó si quería que nos casáramos, ni yo a él, solo llegó un día y me dijo, mañana vamos a ver haciendas, y yo le pregunté ¿vamos a comprar una casa en el campo? Y me dijo, no, es para casarnos. A lo que yo contesté, ¡vale! Esa fue nuestra petición de matrimonio.
Y aunque nuestra vida en común no ha tenido momentazos como los de las películas, a diario me demuestra que me quiere, a través de pequeños detalles, lo que para muchos podría ser el romanticismo del siglo XXI. Os pongo ejemplos, a ver que os parecen; mi marido comprueba el depósito de la gasolina de mi coche, para que nunca salga de casa en reserva, y si lo estoy, va y echa gasolina por mí, además rellena mi monedero de monedas, para que siempre tenga suelto para la máquina del vending de la oficina, cuando viajamos busca si en el lugar de destino hay mercados callejeros, aunque no le gusten, porque sabe que a mí me encantan. Cuando me quedo dormida en el sofá viendo una película, lo que pasa muy a menudo, me despierta cariñosamente y me lleva a la cama de la mano. Cuida de los míos, a veces, mejor que yo misma, hace mis problemas lo suyos, y abandera mis causas como propias, por muy locas que le parezcan, y es que su apoyo es constante. Además, me hace reír a diario, con lo complicado que es algunas veces, pero ese fue el motivo por el cual me enamoré de él. Pero por lo que más se preocupa, es por mi alimentación, por mi salud. Me pregunta si he desayunado y que me apetece cenar, además me prepara platos buenísimos y ricos en hierro, para mi leve anemia.
Nosotros nunca hemos celebrado San Valentín, eso no nos iba, pero este año he decidido devolverle un poco de ese romanticismo del siglo XXI, regalándole salud y sabor a partes iguales. Así que, voy a entrar en frutique.es y le voy a enviar un surtido San Valentín para disfrutarlo en casa, juntos, con los peques. Y tú ¿Qué le vas a regalar a tu amor?